4 oct 2008

Argumento Cosmológico

La pregunta por el ser
Heidegger en su libro titulado “¿Qué es metafísica?” formalizó la pregunta por excelencia que la ontología se ha formulado desde tiempos inmemoriales: ¿por qué es el ser que no más bien la nada? El alcance que tiene esta interrogante supone un grito de incertidumbre por parte de quienes la profieren, puesto que se está cuestionando la misma existencia, no solo individual, sino además la de la totalidad del ser: todo lo que era, continúa siendo y será. El monumental misterio del ser, por más abstracto que parezca, es un misterio que está presente en cada individuo racional. ¿Cuál es el sentido de todo lo que existe? ¿Por qué existe el universo y en vez de aquello no hubo nada? En fin.


El problema del origen
Uno de los tantos intentos aproximativos que ha habido para abarcar este misterio astronómico es el que podríamos denominar finitud-infinitud. Con ello aludimos a que el dilema del ser puede derivarse, entre sus muchas aristas, al problema del origen, si es que lo hubo realmente. Este problema es, de igual modo, otro gran misterio, pero, a diferencia de la pregunta por el ser, es más susceptible de dimensionar en términos lógicos, puesto que nos obliga a enfrentarnos a la ineludible alternativa de reconocer que el ser –o para delimitar más el problema, el universo- tuvo un origen (es finito) o, por el contrario, ha existido desde siempre (es infinito).

El universo es finito: prueba científica
Ahora bien, la concepción de un pasado infinito (es decir, un universo que siempre ha existido sin un comienzo) es imposible, tanto desde la óptica científica como filosófica. En primer lugar, posee serios problemas con la segunda ley de la termodinámica, según la cual sabemos que la energía utilizable del universo se está disipando gradualmente y, consecuentemente, jamás podrá ser reutilizada. Con certeza, este hecho vaticina que el universo está condenado a la muerte térmica, una vez que alcancemos la entropía máxima. Pues bien, en el supuesto de que el universo ha existido desde siempre es inconcebible que hayamos recorrido una temporalidad infinita hasta encontrarnos en un hoy, dado que si el tiempo que ha transcurrido es infinito, ¿cómo es que no hemos alcanzado esa entropía máxima? ¿Por qué hay tantos soles que no se extinguieron, entre ellos nuestro sistema solar, del cual nuestra tierra sigue aprovechando su energía térmica? En este supuesto pasado infinito, la entropía tuvo tiempo de sobra para regular todos los desniveles térmicos hasta llegar al cero Kelvin absoluto y, sin embargo, no fue así.

El universo es finito: prueba filosófica
Aun cuando esta prueba es suficiente para desacreditar el supuesto pasado infinito del universo, presentaremos, a continuación, un razonamiento lógico según el cual resulta imposible esta teoría. En la argumentación anterior, mencionamos que era imposible haber recorrido una temporalidad infinita a causa de la segunda ley de la termodinámica. Pero supongamos que no haya existido tal ley. En ese caso, el haber recorrido una temporalidad infinita es, de igual modo, una imposibilidad. La razón es la siguiente: si bien es posible de concebir una serie infinita abstracta de puntos, por ejemplo, entre una línea imaginaria que va desde A hasta B, sin importar el largo que ésta tenga, no obstante, en la realidad tangible esta abstracción es imposible de concretar. Pensemos, ahora, en los dos extremos de una piscina; por más ínfimas que sean las brazadas que demos, tarde o temprano llegaremos al otro extremo. En síntesis, el infinito no es concebible en nuestra materialidad tangible. En el caso del universo, si aceptamos el supuesto de que ha existido desde siempre, entonces tendríamos que admitir que hemos recorrido una distancia concreta y a su vez infinita hasta encontrarnos en un hoy, lo cual es totalmente improbable por lo ya indicado.

¿Qué hay con “de la nada nada se hace”?
De paso, es preciso mencionar el argumento empleado por quienes adscriben a la teoría que hemos rebatido: ex nihilo nihil fit (de la nada nada se hace). Sobre este supuesto se ha pretendido demostrar que la materia es eterna. Sin embargo, el mismo tipo de silogismo –a saber: de no-A no viene A- usado en tal máxima no suele ser empleado con la misma fuerza argumentativa para el siguiente enunciado: de la no-vida no proviene la vida. La razón de ello es sumamente clara: la materia como tal es inanimada o, si se prefiere, muerta. La conclusión al respecto es evidente.

Primera conclusión
Por lo pronto, ha quedado al descubierto que la teoría del estado constante no se sostiene, pues carece de fundamento tanto científico como filosófico. En consecuencia, no nos queda más que admitir que hubo un origen.

La infranqueable ley de causalidad
En los segmentos anteriores hemos concluido que el universo es una entidad finita, de la misma clase que lo son entidades reales como una gota de rocío deslizándose por una ventana, el vidrio del cual se compone dicha ventana, la madera del marco que la circunda, el árbol del cual se extrajo semejante madera, la tierra, las galaxias, hasta llegar al universo mismo: una entidad inconmensurable para el ser humano, pero finita, tal como los entes anteriores. Por ley de causalidad, sabemos que todo ente finito es efecto de una causa anterior. Lo importante de esta relación causa-efecto no es la relación en sí misma, sino el hecho de que la causa es algo, es decir, una sustancia existente que, con cierto poder inherente, es capaz de efectuar aquello de lo cual es causa. Para ilustrar este punto, pensemos en las entidades finitas ya mencionadas: una gota de rocío se desliza por una ventana es causa de una sustancia del mundo real posible de identificar con las condiciones atmosféricas que generan la lluvia; o en el caso del marco de dicha ventana, es presumible que pudo ser causado por un determinado carpintero, quien a su vez aprendió sus habilidades en cierto manual de carpintería o bajo la tutela de su padre. El caso de los hechos cíclicos tales como el sucederse de las estaciones del año, ameritan una consideración especial, puesto que las entidades que relacionan no pueden ser identificadas con una relación de causalidad. Por ejemplo, nadie pensaría que la primavera es efecto del invierno. No obstante, el ciclo total de las estaciones necesariamente tuvo un origen o causa distinta de sí mismo, de lo contrario sería otro de los entes concretos y supuestamente infinitos, lo cual es falso.

Una causa incausada todo-suficiente
En seguida, la cadena total de causas de efectos que a su vez son causas de otros efectos no puede ser eterna; necesariamente debió haber una causa que fuese causa de todas las causas y que a su vez sea causa de sí misma, es decir, una causa incausada o, como lo llama Leibniz, un principio de razón suficiente para todo lo que es. Esta causa –tal como todas las causas- debe ser mayor que su efecto y, como ya indicamos, debe estar dotada de un poder adecuado que le permita causar esta suma de fenómenos astronómicos. Dicha causa no pudo ser el universo –pues, como ya lo expusimos, éste tuvo un origen-, sino algo que está más allá del universo mismo…

Segunda conclusión
Es cierto que el resultado final de esta argumentación –aquel Ser incausado que es causa de todo lo que es- no nos dice mucho acerca del Dios cristiano y del Génesis 1:1, pero nadie negará que desde aquí al ateísmo se requiere mayor fe que aquella por la cual nosotros creemos que
Dios es la causa.